Una corona
Los besos iluminan los corazones, el jardín de las rosas esta repleto de amor, el sol calienta sus historias, ellos ríen, entre copa y copa, la música suena, ellos bailan. Las noches no volverán a ser oscuras en sus vidas, las historias florecen en sus corazones, el hombre del pelo blanco y la mujer de la esquina.
Cada tarde las mismas caras en la misma barra de un bar cualquier de ciudad perdida en algún país, nadie conoce a nadie, todos saben quienes son, quizás muchas de las almas que habitan el oscuro antro tienen historias comunes, nadie quiere hablar de ellas, olvidar la pesadillas de sus noches en los viejos colchones, donde la desazón habita en la almohada, cuerpos huelen a sudor rancio, hombres y damas que esconden sus miserias, entre copa y copa fuman un par cigarros entre el olvido de la miseria.
El la miró.
Ella sonrió.
El le hablo.
Ella le contesto con voz triste.
El siguió hablando.
Ella comenzó a sonreír.
Apoyados en la barra del bar pasaron la tarde lluviosa y triste que recordaba sus vidas, cincuenta y tantos años en el olvido tenia él, ella bastantes menos, un par de cafés y unas copas de coñac calentaban sus cuerpos, la ciudad afuera se había vuelto loca entre la lluvia, claxones, todos tenían prisa, menos ellos, él seguía hablando, ella sonreía, él le escribió un poema en una servilleta de papel, ella lloro de emoción, él la beso, ella se calmo.
Cada noche ella cantaba guitarra en mano los poemas de su amado, sus corazones eran viejos cofres abiertos al amor, al ser desempolvados se convertían en pasión entre sabanas, besos, caricias, te amo, te quiero, orgasmos anidaban las noches de amor.
Todos los sábados bailaban el vals de la mariposas en el viejo y humilde salón de la casa de él, la luna sonreía al haber que sus vidas ahora era esperanza, ilusión, la vida les negó muchas cosas, en cambio el amor olvidado en ambos, despertó del letargo de sus tristes y oscuras vidas.
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El pasado lo enterraron en aquel bar.
No comieron perdices, pero fueron felices, ella dejo ser puta, ahora era toda una bella dama, él siguió siendo el barrendero poeta de la ciudad donde la droga acampa a sus anchas en las calles del viejo barrio entre cuchillos, sangres, muertos al llegar la noche, por culpa de la mierda que reina en esta miserable ciudad.
La puta droga sigue haciendo estragos en hombres solitarios, entre aquellas callejuelas hambrientas del polvo blanco.
El es Ángel.
Ella Magdalena.
Cada mañana los besos saben a miel, la reina de la casa se mira al espejo se ve guapa.
El amor enterró a la maldita y asquerosa droga.
Una corona dejaron en el centro de la ciudad.
Recuerdo de tus seres queridos.
Esta historia es ficticia, pero puede ser verdad en alguna parte del mundo.
El amor es la medicina de la vida.
PD. La foto es de internet
Comentarios
Un abrazo.
El amor lo cura casi todo y en especial en este tema, puede hacer mucho bien.
Precioso el relato mErL
Un abrazo
Un abrazo cálido, para un amigo alicantino.