Un octogenario

Pasan los días y las noches, cada tarde voy caminando lentamente hasta el paseo marítimo, me acomodo en uno de los asientos de piedra, observo el mar, en los días grises de invierno, como esta tarde, no puedo dejar añorar los veranos de hace setenta años, cuando era todo vitalidad y fuerza. Aquellos días que pasaba horas y horas bañándome en este mar, donde me enamore por primera vez. Cada día me consumo como una vela, las arrugas se deterioran, el poco pelo es blanquecino desde hace unas décadas. Nacemos, vivimos, y nos vamos de este mundo. Aquí sentado en mis últimos días de vejez, partiré como un velero que busca la libertad de alta mar, iré a la deriva con las velas izadas buscando el levante en el nuevo rumbo. Atrás quedaron los primeros besos en blanco y negro, la vida me llevo por caminos inesperados, sueños trastocados por las togas de la familia, cortando las alas del joven que quiere volar, lo encierran en la jaula, deja de cantar, sus lagrimas con el tiempo se secan, y...