Notre-Dame de París.




Notre-Dame es muy vieja, y aún la hemos de ver
enterrar a París al que vio nacer.
Más, en unos mil años, el tiempo abatirá,
igual que un lobo a un buey, su carcasa pesada,
sus nervios quebrará con sorda dentellada,
tristemente sus huesos de piedra roerá.

Viajeros procedentes del universo entero
vendrán a contemplar ese vértigo austero,
las paginas de Victor  leerán boquiabiertos:
creerán ver así la anciana catedral,
tal como de antaño era- recia descomunal-,
erguirse ante sus ojos como la sombra del muerto.

GÉRARD DE NERVAL. 1832.




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