Sentada en el balancín, el cenicero lleno de colillas adornaba la mesa camilla. Una tarde más de domingo, con la vista perdida en aquel cuarto de paredes blancas desnudas, interrumpida por el sonido del viejo televisor. Su rostro cansado envejecido de la vida, nunca conoció el amor, solo el sexo, fue deseada, poseída, hasta que fue apartada por aquellos hombres que regaron sus oídos de falsas promesas. Sueños sin cumplir, mundo de cristal, pasarelas, fiestas, gentes sin almas, vacías, dinero corrupto. Allí estaba sola, años y años engañada por curanderos, hechiceros, agua bendita, toda clase de pócimas, los quistes en sus ovarios eran múltiples, fueron culpables de dos abortos. La botella casi vacía de vino barato, compañera fiel, mientras detrás de los cristales la lluvia estaba presente en ese día gris, su vida era como el otoño, triste y apagada, caminaban juntos de la mano sin mirarse el uno al otro. Hoy era su aniversario 51 años. Hoy nadie se acordaba de ella. Soledad, maldita
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