EL AJEDREZ


Era una mañana de domingo del mes de mayo, el calor llamaba a la puerta haciéndose presente. Se levanto se fue al baño, se miro al espejo, veía una cara derrotada, sus ojeras muy marcadas, las arrugas en la frente eran compañeras de viaje, las canas pedían a gritos salir, se metió en la ducha, e intento relajarse, era difícil su mente estaba confusa, su cuerpo sentía frio y calor en segundos de diferencias, no era el agua, estaba templada como le gustaba. Mientras se secaba la toalla recorría su cuerpo, lo miraba, no sabia si era suyo, o de aquel naufrago del amor que estaba allí, se afeito con especial cuidado por su cara, con algunos granos que hacían unos días se habían acomodado.
Desayuno como todos los días un café con leche y media tostada con mantequilla, oía la radio, ausente a las palabras que desprendía, al terminar se encendió un cigarrillo rubio, lentamente se consumía, la mirada perdida en aquella cocina, como un extraño que acaba de llegar.

Abrió el armario, empezó a sacar la ropa, tendió las maletas encima de la cama, iba clasificando dentro de ellas, la ropa de invierno en unas, la de verano en otra, zapatos, toda la ropa interior, estuvo un par de horas recogiendo sus pertenencias y colocándolo, en un par de bolsas dispuso de libros, CD, fotos, y algunos recuerdos.

Bajo las maletas y las bolsas al coche, subió al ático para dejar las llaves y recoger el tablero de ajedrez que tanto cariño le tenia. Recorrió todas las dependencias era la despedida, entro al salón, sentada estaba la que ahora sería su ex mujer, miraba una revista de decoración, el silencio era seprulcal, levanto sus ojos, diviso fuego en ellos, su rostro incluía maldad, arrogancia, mucha frialdad en aquella persona que un día ilumino su corazón y desde hacía meses esta herido por sus puñaladas sucias.
Cuando cerro la puerta, unas lagrimas se deslizaron por su cara, prefirió no coger el ascensor y bajar a pie, era la despedida aquel edificio, que un día convivió con quien más amaba. Hoy era un derrotado. Huía como un perdedor de una guerra que va en busca del asilo en otro lugar, donde refugiarse, con su amargura en sus sentimientos, cansado de tanta batalla inútil.

El coche se perdió por las grandes avenidas de la ciudad, de pronto entro por las estrechas calles del barrio de Santa cruz, que un día fue el corazón de la población.
Se aposento en la ultima planta de la pensión, siempre le había encantado estar en las alturas, de momento aquella modesta habitación era su refugio momentáneo, abrió la ventana la vista que divisaba, era tejados de las casas, y antenas de televisión, y parabólicas, y al fondo un patio de luces donde se divisaba un colorido de ropa tendida. Las macetas que veía, eran modestas como aquellas casas y sus gentes.
Coloco en los armarios todas sus ropas y pertenencias, bajo al comedor a comer, los domingos le informo la dueña, siempre tocaba paella de marisco, lo cual agradeció la amabilidad, se sentó en un rincón lentamente intento comer, tenia un nudo en el estomago que no le dejaba comer, observa al resto de comensales, unos tenían aspecto de estudiantes, otros de inmigrantes, algunos se conocían y hablaban entre ellos a pesar de estar en mesas diferentes.

Intento dormir la siesta, era imposible, imágenes, recuerdos, lloro amargamente, soledad, incomprensión, dolor, mucho dolor en su corazón, las lagrimas cesaron, se levanto abrió la ventana, cogió su tablero de ajedrez sobre una pequeña mesa que tenia la habitación, desplegó las figuras, alfil, caballo, rey, peones, hasta colocar todas las piezas colocadas perfectamente. Aquellas piezas era una joya que un día siendo muy niño le regalo su vecino, aquel hombre que fue su maestro, pasaban las tardes de verano jugando partidas, mientras el calor abrasador de la calle era insoportable, que un buen día se marcho para siempre a una vida mejor donde le esperaba su amada, el ajedrez era su única forma de engancharse a la vida después de la perdida.

Hacia muchos años que no jugaba, era también su forma de engancharse a la vida, de intentar que su mente se concentrara en aquellas figuras, se recompusiera de aquella amargura que le nublaba la vista.

Tarde tras tarde al llegar del trabajo luchaba contra aquellas figuritas de madera, que le hacían olvidar, mientras notaba que cada día recuperaba la agilidad mental que una vez tuvo. La separación poco a poco la iba suavizando, sus silencios se trasformaban en movimientos sobre el tablero

Mientras le vino a la memoria una frase que le dijo su maestro.
Afianzar y esperar.

Ahora estaba afianzado su vida, después vendría esperar.

El ajedrez le devolvió a la vida, gracias a él, no necesitaba antidepresivos. Era su mejor terapia contra los malos tiempos.

Nunca más iba abandonar este juego, que era como la vida.
Un juego.

Comentarios

Merl en esenciael cuento me encanta, es un engancharte a algo para darle sentido a la vida, que más o menos es lo que hacemos nosotros a través de los escritos peroooo odio la paella de marisco y no me gusta nada el ajedrez XDDD jajajaja gracias por tus sabios consejos.

Un besazo y escribeme cuando puedas que quiero saber como llevas tu tema.

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