EL VIOLINISTA DE LA CALLE MAYOR



Todos los días cuando pasaba por la calle mayor me encontraba con el viejo violinista, que esta dejando sus notas, no soy un entendido en música, pero notaba aquel hombre de cabellos largos blancos y grises, barba de idéntico color, piel arrugada, vestido con una chaqueta vieja de pana de color verde, pantalones tambien de pana de color marron, o parecidos muy viejos y descoloridos con su sombrero negro con su obertura mirando hacia el cielo en el suelo, dispuesto en su interior recibir las modestas monedas que a los transeuntes les sobra, eso que el resto de los mortales llamamos calderilla.
Hacía unos meses que me habían trasladado como cartero a esta ciudad, iba tirando de mi carrito amarillo, si hubiera sido un caminante más, no me hubiera percatado de aquel hombre, más de aspecto de bohemio que de vagabundo pero como trabajador pendiente de su trabajo monotono, atento a los numeros y buzones. El oido era regado todos los días de notas músicales, siempre diferentes, si él hubiera tocado siempre lo mismo, pensaría que es un pobre vividor, pero el paso de los dias, mi mente me aseguaraba que era un músico. Notaba como sus manos se deslizaban el arco una suavidad y destreza como un patinador que sobre el hielo su cuerpo le da figuras armonicas a los sonidos, sus gestos de la cara le denotaban que su musica nacía de su interior, esta ausente mientras tocaba con toda delicadeza obras de los Straus.

Un día iba con adelanto tenia menos correspondencia, será que los bancos tendrían menos recibos que llevar a sus clientes, pues casi toda la correspondencia de un cartero, en esta era moderna es de los bancos, la gente ya no escribe cartas, ellos se lo pierden, sé ira perdiendo el romanticismo impregnado en el papel con sus dibujitos de corazones de colores.

Al llegar a la calle Mayor no esta en su sitio habitual, más adelante entre en una cafetería a tomar el café y descansar un poco del tiempo que tenemos para el desayuno, nada más entrar allí estaba sentado en la primera mesa, en la silla estaba su compañero matinal el violín con su armazón muy bien cuidado.

Al entrar con mi carrito al pasar por su lado le salude con Hola, seguí hacía dentro de la cafetería me senté en una mesa pedí un café con leche y un bollo, como muchas mañana cogí la prensa del bar que estaba en la barra y mientras desayunaba lo hojee.
Cuando fui a pagar, el camarero me dijo que estaba pagado, con mi cara sorpresa de no saber quien o el camarero se habrá confundido con otro cliente, pero no, dijo, esta pagado por el hombre del violín, él ya había abandonado la cafetería, extrañado que un hombre que casi mal vive, me paga el café, pensé, mañana le devolveré la invitación, era muy raro que un hombre al cual veías todos los días, pero no conocías tuviera el detalle de costear mi desayuno, en estos tiempos que cada cual vive en el mismo mundo, pero diferentes.

Él todas las mañanas allí estaba, deleitando al transeúnte, bueno a los pocos que se paraban, los demás parecen borregos de paso, que van como un rebaño de ovejas sin apreciar su alrededor, ni sus fachadas, ni el simple canto de un pájaro que este prisionero en una jaula en cualquier balcón y canta a la felicidad. Cuando llegaba a su altura hacía el reparto más lento, para poder oír las notas de aquel violín bajado del cielo, que tocaba como un ángel venido desde allí. Donde la finura de aquellas sinfonías daban un toque de divinidad a la coqueta que fue en otros tiempos la calle mayor.

Una mañana lluviosa entre empapado a la cafetería a desayunar y de paso a resguárdeseme de la lluvia que en aquellos momentos San Pedro había decidió lanzar cantaros a rebosar, él estaba sentado en la misma mesa que aquel día, acompañado de su viejo pero cuidado mago de la musica que era el violín.
Esperando a que pasara la lluvia para poder darle un toque mágico a las calles empapadas por aquella lluvia que nos despertaba de la noche oscura y fría.
La cafetería estaba ese día a tope, pedí permiso para poder sentarme en su misma mesa, su sonrisa, su cara se resplandeció con unas luces que salían de sus pupilas, entonces la conversación empezó a fluir, no habíamos hablado nunca, pero sólo con nuestras miradas diarias era como dos amigos desnudando sus almas. Las palabras, las pausas, los silencios eran como sus notas, elegantes, divinas, enriquecedoras. Era un poeta de la música, un trovador de notas.
A partir que aquella bendita mañana intentábamos coincidir a la hora del merecido tentempié, que era el aroma que despenaría aquella cafetería singular donde nada más entrar su olor te maravillaba para ser parte de tu vida, olor a grano de café recién molido, natural, era el paraíso natural del café.
Sus espejos, mesas, sillas eran parte de la historia de aquella bendita calle, donde en sus tiempos, músicos, pensadores, políticos pasaban horas disfrutando de los aromas, y donde se decidió gran parte de quehaceres de la vida municipal.

Me contaba que vivió muchos años en Viena, que tocó en una modesta orquesta para turistas que visitaban la ciudad de la música, su abuelo era republicano y cuando empezó la guerra emigro allí, también era violinista, fue su maestro, su madre tuvo que irse, hija de un republicano, madre soltera, no podía quedarse en sola con un niño de 8 años así que marcharon con el abuelo, pero al poco tiempo como las desgracias nunca vienen solas Hitler invade Austria y la convierte en la provincia de Reich, el caos fue devastador, él abuelo muere, en España ya había terminado la guerra, donde va una republicana madre soltera, y sin dinero, no había más remedio que quedarse allí. Años de penuria, su madre angustiada se ve abocada a prostituirse, era una chica guapa, atarctiva dentro de lo que cabe en todas estas penurias, los alemanes se la sorteaban para ver quien se acostaba con ella, como eran dueños y señores de aquella situación no ganaba nada, lo poco, era para poder alimentar a su hijo, en fin años muy duros, salimos huyendo de España en guerra y nos metimos en lo peor que le puede pasar al ser humano, el extermnio.
En sus palabras había mucha tristeza, pero mucha lucidez. Sobre todo mucha melancolía.
Hablabamos todos los días un ratito, me contaba cosas de cuando tocaba alli en el paraiso de los músicos, bueno me dijo un día. En su paraiso, los extranjeros, de tierra de nadie, pues ni nos querían en España y allí no éramos de los suyos, no teníamos cabida en las grandes orquestas reservadas para ellos, donde sólo vale hijo de, aunque el otra sea mucho mejor, pero bien, éramos bastantes los que tocábamos en la calle, en pequeñas orquestas, fíjate que los grandes maestros se escondían en detrás de los balcones y pasaban las horas escuchándonos, pues no seriamos tan malos. La vida, la vida, es para los que nacen con estrella, pero en el fondo los grandes músicos éramos nosotros, ellos solo eran postines de cámara, en la calle, el sonido es diferente, ahí afuera es donde se ve el gran músico, que sabe tocar mezclado en el aire y logra que sus notas no se pierdan, ese si que sabe tocar, domina la finura del arco trazando círculos en las cuerdas sobre el armazón.

Pasaron bastantes mañanas sin verlo un día se me acerco una muchacha joven con pantalones vaqueros ajustados, una camisa ceñida que le marcaba la figura del cuerpo, donde se le notaban sus pechos muy marcados, me comento que el violinista quería verme, que vivía en una pensión, me dijo la dirección, como es normal la conocía, otra cosa no sabrá un cartero pero calle, numeros y apellidos que no le cuenten nada, cuando se fue la chica, me di cuenta que la calle esa estaba en la parte vieja de la ciudad, era una zona de prostitución.

Una tarde me acerque la vieja pensión, nada más entrar la dueña de la casa una antigua dama del oficio más antiguo del mundo me atendió, le explique mi motivo, antes de terminar ya estaba en su modesta habitación pintada de blanco donde colgaban unos cuadros de Viena, allí estaba el viejo violinista en la cama, la dueña nos deja solos, en aquellos momentos supe que estaba ante un hombre muy enfermo, un moribundo, su mesita al lado de la cama estaba llena de cajas de medicamentos, al lado el viejo pero gran violín, silencioso y contemplado a su maestro, su mejor amigo, lo note muy triste quizás sabía que quedaban muy pocas notas por parte del maestro. Pasamos unas cuantas horas hablando, no sé, porque perdí la cuenta, la habitación se impregnaba de palabras sabias, salidas desde el fondo del corazón, la garganta le fallaba, la tos no le dejaba hablar, tomaba un sorbo de agua, seguíamos conversando a luz de la bombilla huérfana que colgaba del techo, me regalo, dos fotos, eran de blanco y negro, era chico joven bien vestido con los componentes de la orquesta, otra el sólo tocando el violín en un pequeño auditorio de Viena, en su cara desprendía notas musicales salidas del alma.

Era de noche cuando salí de aquella modesta y vieja pensión, mientras caminaba calles hacia abajo en mi mente esta el poeta del violín reflexionando todo lo que me había contado de su vida, que no era tan triste como creía según nuestras conversaciones en la catedral del café, que era aquella cafetería donde hablamos un poco rato muchos días.
Después de muchas penurias era feliz, y su último sueño era morir donde nació, en España, en la Calle Mayor, y estar por aquella zona donde vivía su abuelo, en la casa donde hoy esta la cafetería, quería que fuera su destino. Aquella calle, aquel café, fueron las raíces de su vida, que nunca abandono, porque en su corazón permanecieron siempre, y sus notas las dedicaba aquella magnifica calle de su niñez.

A la semana siguiente volví a ir, pero la noticia me la dio, la señora de la pensión la vieja madame, murió aquella noche de madrugada, él se fue en paz, con todos, me hizo entrar a su habitación allí estaba su violín, esta herencia es la que me ha dejado, como ves he puesto el violín encima de la cama con todas sus partituras y ahí he montado el pentagrama con la partitura del Danubio Azul, en ese momento le salieron las lagrimas a la vieja y derrotada madame, nos fundimos en fuerte abrazo, el silencio acompaño nuestro dolor, nuestro corazón se acaba de quedar huérfano de las notas caídas cielo nos regalaba a nuestros oídos.
En esta habitación mientras pueda no va dormir nadie, este es el mejor recuerdo de él, me despedí cuando salí a la calle con los ojos enrojecidos mientras sonaba una canción por una ventana abierta que daba a las calles estrechas y empinadas.
Vivo en él numero 7, calle melancolía
quiero mudarme hace años al barrio de la alegría
pero como siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
En la escalera me siento a silbar mi melodía.
Era el poeta del alma de la calle, la voz y musica que salía de un aparato, era el gran maestro, en la despedida del otro maestro de la música y de la vida.

Cuando paso por la calle Mayor, esta triste, apagada, mi corazón transita como el de muchos transeuntes sin pena ni gloria, la cafería no hace el mismo olor a café, es más comercial, se fue el violinista, y se apago la MUSICA EN LA CALLE MAYOR.

La calle Mayor ya no es lo que fue, ESA CALLE DE LAS NOTAS DE STRAUS, CALLE MAYOR.

Donde la música del violinista se ha aposentado en mi corazón, que es el suyo.

Comentarios

Ya te comente este cuento en el otro blog, pero no podía dejar de volver a hacerlo, me emociona muchísimo, quizás por que soy una de esas personas que cuando pasan al lado de artistas callejeros, dejo caer algunas monedas, y me quedo absorta mirándolos.

Que el arte nunca muera, que siempre nos robe una lágrima, una sonrisa, que siempre prevalezca.

Un besazo cuenta cuentos!

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